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domingo, 12 de septiembre de 2010

Dimitru Staniloae: TERNURA Y SANTIDAD. Parte III: El santo triunfa sobre el tiempo precisamente por estar intensamente presente en el tiempo



El consejo del santo resulta ser una liberación; libera de esa desfiguración y de esa impotencia en la que nos encontramos, de esa desconfianza que reina en nosotros. Sentimos que lo que el santo ha recomendado es como una fuerza, como una luz que brilla segura sobre el camino de la salvación por el que hay que caminar para salvarnos de la resignación de perdernos. Por el santo nos llegan la fuerza y la luz que vienen de la fuente suprema de fuerza y de luz, y también la bondad que, como un arroyo, mana de la fuente suprema de la bondad. Tememos que el santo ponga sus ojos en nuestra alma pensando que va a descubrir una verdad que nos sería desfavorable, pero al mismo tiempo esperamos que lo haga como el que aguarda la mirada de un médico de indudable competencia y segura amistad. Él nos dará -lo sabemos- el diagnóstico y el remedio eficaces para curar de una enfermedad que vagamente intuimos que es mortal.

En su ternura, en su dulzura y en su humildad percibimos una fuerza que ningún poder terreno puede doblegar ni desposeer de su pureza, de su amor por Dios y por la humanidad, de su voluntad de darse totalmente a todos y de servirles para ayudarles a salvarse.

El que se acerca a un santo descubre en él el colmo de la bondad y la pureza, cubierto por un velo de humildad que lo hace aún más atrayente. Hay que hacer un esfuerzo para descubrir las proezas de sus renuncias, de su ascetismo y de su amor por la gente, pero su grandeza impresiona por la sensación de la bondad, sencillez, humildad y pureza que se desprenden de él. Su elevación coincide con su proximidad. Él es la imagen de la grandeza tanto en la kenosis como en la humildad. De la persona del santo irradia una calma y una paz que nada quebranta, conquistadas y conservadas gracias a una dura lucha. Al mismo tiempo, el santo comparte hasta las lágrimas, los dolores de los demás.


El santo está enraizado en la permanencia del amor y el sufrimiento del Dios hecho carne, porque este amor emana de Dios que se ha encarnado y ha sufrido por los hombres. El santo reposa en la eternidad del poder y la bondad de Dios que se han vuelto en Cristo accesibles a la humanidad, dice San Máximo el Confesor, porque el santo, todo él, está marcado por la presencia de Dios, como Melquisedec. No obstante, este permanecer en el amor eterno de Dios y de los hombres no excluye su participación en los sufrimientos de los hombres y en sus buenas aspiraciones, al igual que Cristo no cesa de estar en estado de sacrificio por ellos, ni los ángeles dejan de ofrecer continuamente sus ministerio; porque esta permanencia en el amor que sufre es también una eternidad, una eternidad viva. Ese es el "reposo", la estabilidad, el "sabbat" en el que entran los santos, los que salieron del Egipto de las pasiones (Hb 3, 18-4,11). No se trata del "sabbat" insensible del nirvana, porque el reposo del santo en la eternidad del amor inquebrantable, del amor de Dios por los hombres, tiene también el poder de atraer a los demás y de ayudarles así a vencer sus sufrimientos con valentía, a no sucumbir y no desesperar. Por esto, el santo es la vanguardia y el sostén de la humanidad sobre el camino que lleva a la perfección futura del Último Día.

El santo triunfa sobre el tiempo precisamente por estar intensamente presente en el tiempo. Alcanza así, la máxima semejanza con Cristo, que está en los cielos y a la vez entre nosotros con gran eficacia. Por la salvación de la humanidad, el santo lleva a Cristo con el poder invencible de su amor.

El santo representa al ser humano purificado de las escorias de lo infrahumano o de lo inhumano, es la rectificación del ser humano desfigurado por la animalidad. Representa al ser humano cuya transparencia, restaurada, deja ver su modelo de bondad sin límite, de fuerza y sensibilidad infinitas: El Dios hecho carne. Es la imagen restaurada del Absoluto vivo y personal que se ha hecho hombre. Se ha transformado en una montaña, vertiginosamente alta y al mismo tiempo familiarmente cercana por su humanidad, que en Dios encuentra su perfección. Es una persona comprometida en un diálogo incesante y totalmente abierto con Dios y con los demás. Es la clara transparencia de la aurora de la eterna luz divina en la que la humanidad alcanzará su perfección. Es el reflejo integral de la humanidad de Cristo.


Extraído de "Oración de Jesús y Experiencia del Espíritu Santo", Dimitru Staniloae, Ed.Narcea.

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