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jueves, 24 de marzo de 2011

Ascesis en la Gran Cuaresma. Liturgia de los Dones Presantificados. Comentario a la Oración de San Efrén, parte I.

Ya estamos transitando la Gran Cuaresma, por eso quiero retomar los posts de mi blog, comentando un poco sobre cómo vivimos este tiempo los católicos de rito bizantino.

La Gran Cuaresma es un tiempo especial de Gracia y conversión. Tiempo en que nuestra Santa Iglesia nos propone la intensificación de la ascesis.
Encontré una breve explicación sobre el tema de la ascesis en los escritos de un obispo ruso, San Ignacio Brianchaninov (1807-1876), y que me ha sido de gran utilidad para que iluminada mi inteligencia, mi corazón se vea movido a practicarla durante la Cuaresma. Ciertamente no es para mí un camino fácil,  soy una principiante, más para cualquiera que quiera someterse a éstas prácticas ascéticas, no debe olvidar que no tendrían sentido si se las realiza carentes de espíritu evangélico:

 "En el Paraíso, luego de la transgresión del mandamiento de Dios por nuestros ancestros, la maldición de la tierra figura entre los castigos a los cuales el hombre fue sometido. Maldito sea el suelo a causa de ti, dijo Dios a Adán. A fuerza de penas obtendrás de él subsistencia, todos los días de tu vida. Producirá para ti espinas y cardos, y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu rostro comerás tu pan (Gn. 3, 17-19).

Esta maldición pesa hasta el presente sobre la tierra, como cada uno puede darse cuenta. La tierra no cesa de producir cizaña aunque ella no sirve de alimento para la persona.  
El castigo pronunciado por Dios tiene también un sentido espiritual. En efecto, el decreto divino castigando al hombre se cumplió rigurosamente tanto sobre el plano espiritual como sobre el plano material.

Los santos Padres comprenden el término “tierra” en el sentido de “corazón”. Debido a la maldición que la ha herido, la tierra no cesa de producir de si mísma, de su naturaleza corrompida, espinas y cardos; lo mismo el corazón, envenenado por el pecado, no cesa de engendrar de si mismo, de su naturaleza corrompida, sentimientos y pensamientos pecaminosos. Si el pan material se obtiene con el sudor de la frente, es por una labor ardua de alma y del cuerpo que es sembrado en el corazón del hombre el trigo celestial que nos procura la vida eterna; es aún por un intenso esfuerzo que crece, que se lo siega, que se lo vuelve apto para el consumo y que se lo conserva. El trigo celestial es la Palabra de Dios. El trabajo de sembrar la palabra de Dios en el corazón exige de tales esfuerzos que se lo llama “hazaña ascética”. El hombre está condenado a comer de la tierra, en medio de aflicciones, todos los días de su vida terrena, y conseguir su pan con el sudor de su frente. Aquí, por el término “tierra”, se debe entender la sabiduría carnal por la cual el hombre separado de Dios se dirige habitualmente durante su vida sobre la tierra; guiado por ella, está sometido a continuas preocupaciones y reflexiones concernientes a las cosas terrenales, a incesantes aflicciones y decepciones, a una constante agitación. Sólo un servidor de Cristo se alimenta durante su vida sobre la tierra del pan celestial con el sudor de su frente, luchando continuamente contra la sabiduría carnal y trabajando sin cesar en cultivar las virtudes.



Para cultivar la tierra, se tiene necesidad de diversas herramientas de hierro –arados, rastrillos y layas- con las cuales el suelo es removido, mullido y ablandado; lo mismo nuestro corazón, sede de sentimientos y sabiduría carnales, tiene necesidad de ser trabajado por el ayuno, las vigilias, las genuflexiones y otras obras agobiantes para el cuerpo, para que el predominio de los sentimientos carnales y pasionales ceda el paso a los sentimientos espirituales, y para que la influencia de los pensamientos carnales y pasionales sobre el espíritu pierda ese irresistible poder que tiene en aquellos que rechazan la ascesis o la descuidan.
La ascesis corporal es necesaria para volver a la tierra del corazón apta para recibir las simientes espirituales y para producir frutos de la misma especie. 

Abandonar o descuidar las labores ascéticas, es volver al suelo inepto para ser sembrado y producir fruto. Exagerarlas o colocar la esperanza en ellas es igualmente dañino o incluso más que abandonarlas. El abandono de las observancias ascéticas corporales vuelve al hombre semejante a un animal, dando rienda suelta y ofreciendo un vasto campo de acción a las pasiones del cuerpo, pero su exageración lo vuelve semejante a los demonios, ya que favorece y refuerza la predisposición a las pasiones del alma. Aquellos que relajan la ascesis corporal se esclavizan a la glotonería, la lujuria y la cólera en sus formas groseras. Aquellos que practican una ascesis corporal excesiva, que hacen de ella un uso poco razonable o que ponen en ella toda su esperanza con la idea de que les confiere mérito y dignidad a la mirada de Dios, caen en la vanidad, la presunción, la arrogancia, el orgullo, el endurecimiento, el desprecio del prójimo, la denigración y la condena de los demás, el rencor, el odio, la blasfemia, el cisma, la herejía, la ceguera espiritual y la ilusión demoníaca.  

Estimamos en su justo valor las prácticas corporales –son instrumentos indispensables para adquirir las virtudes- pero nos cuidamos de tomar dichas herramientas por virtudes, por miedo a caer en la ceguera y privarnos de progresos espirituales por una falsa concepción del obrar cristiano.
La ascesis corporal es necesaria incluso a los santos que se han convertido en templos del Espíritu Santo, a fin de que, dejado sin freno, su cuerpo no vuelva a los movimientos pasionales y no sea la causa de la aparición en un hombre santificado, de sentimientos y pensamientos obscenos, tan inconvenientes para un templo espiritual de Dios, “no hecho por mano del hombre”. Esto es lo que ha manifestado el santo apóstol Pablo cuando dice de si mismo: Trato duramente mi cuerpo y lo tengo sometido, por miedo que después de haber proclamado el mensaje a los demás, no sea yo mismo eliminado (1 Col. 9, 27)."

Durante los miércoles y viernes de la Gran Cuaresma, como así las fiestas que caen durante este tiempo, se celebra en el Rito Bizantino, la Liturgia de los Dones Presantificados. San Gregorio El Grande, Papa de Roma, conocido en Oriente como "El Diálogo", por el estilo dialogado de sus libros, compuso esta celebración penitencial. Cabe señalar que no se celebra la Divina Liturgia eucarística los días de semana durante la Gran Cuaresma. Para ayudar a los fieles a sostener su esfuerzo espiritual durante la Cuaresma, se oficia la Liturgia de los Dones Presantificados. Este oficio es muy antiguo. Se sabe de él en forma oficial en los cánones eclesiásticos del siglo séptimo, lo que obviamente indica que su desarrollo fue mucho más temprano. A grandes rasgos se puede decir que es como una sumatoria, de lo que sería en el Rito Latino, de Vísperas y una celebración de la Palabra con comunión, ya que no se consagran los Dones Sagrados, pero hasta allí llega la similitud. La Gran Entrada es reemplazada por una procesión sileciosa mientras los fieles están postrados y cantan: "Hoy las Fuerzas Celestiales celebran junto con nosotros, pues ahora entra el Rey de la Gloria". Es decir que la Liturgia de los Dones Presantificados es un rito litúrgico sin consagración, y constituye un Oficio Divino de Comunión, para el cual el pan y el vino se consagran previamente (en la Liturgia de San Basilio del domingo precedente o en la Liturgia de San Juan Crisóstomo del sábado anterior). 

Durante la Liturgia de los Dones Presantificados, luego de la Pequeña Entrada, de que el coro cante el himno  "Luz Gozosa", y de los prokímenos y lecturas, el sacerdote dice la Oración de San Efrén el Sirio, a la que a cada parte le sigue una postración.
En el Monasterio de la Transfiguración del Señor, la hacemos así:
El sacerdote dice la oración y todos hacen la postración.

Señor y Soberano de mi vida, no me des espíritu de ocio, de indiscreción, de ambición y de locuacidad. 
Postración.
Más concédeme espíritu de castidad, de humildad, de paciencia y de amor, a mí, siervo tuyo.
Postración.
Sí, Señor y Rey, concédeme el ver mis pecados y no juzgar a mi hermano, porque eres bendito por los siglos de los siglos. Amin.
Postración.
Se hace toda la oración tres veces, y por último toda la oración seguida de una sola postración.

Como pueden apreciar, ésta es una oración penitencial de un rico contenido, y en ella encontramos las más bellas y sentidas palabras para comunicarnos con Dios. Esta oración penitencial (metánica) de San Efrén el Sirio, conocido en el siglo IV con el sobrenombre de arpa del Espíritu Santo, nos muestra a la vez los obstáculos y el camino para llegar al extraño y difícil "amor" que es la "síntesis de todas las virtudes".
En éste post y en los siguientes, quiero compartir con ustedes un interesante comentario del teólogo ortodoxo Olivier Clément, sobre ésta oración (1):


ORACIÓN DE SAN EFRÉN


Icono de San Efrén el Sirio
Señor y dueño de mi vida,
aleja de mí el espíritu de pereza y 
de abatimiento, de dominio,
de palabras vanas; concédeme a mí 
tu siervo, espíritu de castidad, de humildad,
de paciencia y de amor;
Señor Rey, concédeme poder ver
mis pecados y no juzgar a mi hermano,
porque tu eres bendito por los siglos 
de los siglos. Amén.


Esta oración de San Efrén el Sirio (306-373), marca el ritmo de los oficios de Cuaresma. Se repite tres veces, haciendo tres grandes metanías que son prosternaciones hasta tocar el suelo con la frente. Metanía (metanoia) designa justamente la penitencia como el regreso de todo lo que pueda suponer un alejamiento de la realidad.

"Señor y dueño de mi vida".

"Señor" evoca el misterio inaccesible del "Dios más allá de Dios" hyperthéos. Ese Dios que no me resulta un extraño, me hace existir gracias a su Voluntad, anima mi barro con su Soplo, me llama y pide mi respuesta, se convierte por su encarnación en el "dueño de mi vida". Él da sentido a mi vida, incluso y sobre todo cuando ese sentido se me va de las manos. "Dueño" aquí, a pesar de subrayar la transcendencia, no significa tirano sino Padre sacrificial y libertador que quiere adoptarme en su Hijo y respeta infinitamente mi libertad. Su Hijo encarnado, en quién está totalmente presente, nace en un establo, se deja asesinar por nuestra cruel libertad, resucita, pero sólo se revela a quienes le aman. Precisamente ese "dueño" crucificado es el dueño de la vida. Solamente Él puede liberar nuestra libertad y transfigurar con un soplo vivificante la oscura pasión de nuestras vidas. La grandeza de ese Rey consiste en hacerse nuestro siervo. "Estoy entre vosotros como el que sirve."
Por lo tanto, mi relación con ese dueño no es de servidumbre, sino de confianza libre. Es el "dueño de mi vida" porque es fuente, porque la recibo de Él continuamente, porque es el que da y el que perdona, es decir que continúa dándonos con superabundancia un porvenir renovado. "Ve y no peques más". Existo gracias a ese amor infinitamente discreto que me eleva sobre cualquier condicionamiento y necesidad, que se hace siervo para que quienes quieran ser sus siervos se conviertan en sus amigos. La ascesis que acentúa la Cuaresma será de auténtica liberación si se realiza en la dinámica de la fe. Y la fe, en primer lugar, es el riesgo de la confianza. En Tí, dueño de la vida que se revela en un rostro, pongo toda mi confianza. En tu Palabra, en tu Presencia ya que no eres un simple ejemplo, eres el no-separado que te conviertes en nuestro lugar, un lugar de no-muerte: "Venid a mí todos lo que estáis cargados y cansados y yo os aliviaré". Reposar, ponerse por partida doble en lo divino y en lo humano. Eres un lugar para nosotros, huérfanos de la tierra natal, de costumbres sensatas, de civilizaciones ásperas y duras pero de silencio y lentitud, para nosotros nómadas sin poesía de las megápolis; eres el lugar de la vida, su dueño. En ese lugar, cavaremos las catacumbas de las que emergerán las catedrales del futuro. 





Notas:

(1) Extraído de "Unidos en la oración". Olivier Clément. Ed. Narcea.